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Más allá de la estética ¿qué dice un cuello ancho o un estómago abultado de nuestra salud?


¿Estás cuidando de tu cuerpo tanto como cuidas del estado de tu alma?


COBERTURA ESPECIAL
Cortesía de www.istock.com

Por La Redacción de Cobertura Especial

13 de noviembre de 2025


En la vida del cristiano, a menudo focalizamos nuestra atención en el estado de nuestra alma: ¿está firme nuestra fe? ¿Cultivamos el fruto del Espíritu? ¿Estamos creciendo en nuestra iglesia?; sin embargo, la Biblia también nos dice que somos una unidad indivisible de espíritu, alma y cuerpo.

 

Y es precisamente en el descuido de nuestro templo físico donde se pueden revelar desequilibrios mucho más profundos.

 

Si bien es cierto solemos detectar el sobrepeso por la báscula o la talla del pantalón, la ciencia moderna nos da una herramienta sorprendente y sencilla para una primera alerta: la circunferencia del cuello.


A diferencia de los atletas con mucha masa muscular, la medición del cuello ofrece una visión rápida del almacenamiento de grasa en la parte superior del tronco. Los expertos en salud establecen rangos saludables: de 33 a 35 cm para mujeres y de 37 a 40 cm para hombres.


¿Por qué importa tanto?

 

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Cortesía: www.pixabay.com

 

Un cuello que excede estas medidas indica una posible acumulación de grasa visceral u oculta.

 

Esta grasa no es inactiva; es metabólicamente activa y está directamente asociada al síndrome metabólico, un conjunto de condiciones que disparan el riesgo de diabetes tipo 2, hipertensión arterial, colesterol alto y, notablemente, apnea del sueño. Esta última, al afectar el descanso, compromete aún más la regulación hormonal y el bienestar general.

 

Estos padecimientos son idénticos entre quienes tienen un abdomen abultado.


Por otro lado, un cuello excesivamente delgado puede ser un síntoma de otras deficiencias, como la anemia, que requieren atención nutricional. En ambos extremos, el cuerpo nos da una señal de alarma que no podemos ignorar.

 

¿Y qué dice un abdomen pronunciado?


No solamente altera la apariencia de una persona y le suma años, sino también refleja graves problemas de salud.


 El exceso de grasa abdominal indica acumulación visceral, tejido activo que asfixia los órganos internos.


Además de los daños específicos descritos anteriormente, esta grasa libera químicos inflamatorios que endurecen las arterias y elevan el peligro cardiovascular.

 

¿Podemos cambiar algo?

 

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Cortesía de https://pixabay.com/


La buena noticia es que este indicador no es una sentencia de por vida. Para contrarrestar esta situación es necesario establecer un enfoque integral, más allá de los abdominales.


  • 1. Prioriza la dieta: reduce drásticamente azúcares refinados y carbohidratos procesados (pan, pastas).
  • 2. Haz ejercicio combinado: no hagas únicamente cardio. Integra entrenamiento de fuerza (músculo quema más grasa) y cardio constante.
  • 3. Gestiona el estrés: altos niveles de cortisol (hormona del estrés) promueven el almacenamiento de grasa abdominal.
  • 4. Asegura el descanso: duerme entre 7 y 8 horas; la falta de sueño desregula hormonas del apetito (grelina y leptina).
  • 5. Bebe agua: mantente hidratado para optimizar el metabolismo y la quema de calorías.

 

Alinea tu cuerpo con tu alma

 

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(1 Corintios 6:19-20, RVR60).

 

Dios constantemente nos llama a ser equilibrados en el día a día.

 

En el mundo vemos personas obsesionadas con su cuerpo y apariencia; y otras, que se dejan al abandono creyendo que a Dios no le interesa el cuerpo sino “el corazón” de cada persona.

 

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El peligro de la vanidad (la idolatría de la imagen) prioriza en extremo el aspecto exterior hasta superar el cultivo del carácter, perdiendo el foco.

 

El apóstol Pablo nos habla de buscar una belleza más duradera: “Que vuestro adorno no sea el exterior, con peinados ostentosos, ni atavío de joyas de oro, ni vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”
(1 Pedro 3:3-4, RVR60).

 

Pero el otro extremo es caer en la negligencia de la gula y el abandono. La gula, entendida como el apetito desordenado y excesivo por la comida y bebida, es históricamente clasificada como un pecado capital, pues convierte el alimento—un regalo de Dios—en un ídolo que domina el espíritu.

 

La negligencia en el cuidado físico (comer sin control, evitar el ejercicio) no solo daña el templo del Espíritu Santo, sino que revela una falta de dominio propio, una disciplina clave en la vida cristiana.

 

En síntesis, la medición simple de nuestro cuello se convierte en un espejo físico que refleja nuestro equilibrio interior.

 

Si estamos excediendo los límites, quizás debemos examinar si la gula o el descuido están reemplazando la disciplina.

 

Cuidar la salud con sabiduría y moderación no es vanidad, es mayordomía. Es honrar a nuestro Creador y prepararnos para ser instrumentos fuertes y disponibles para su propósito.


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